El 17 de marzo de 1975, la vida del joven periodista Orlando Martínez Howley, fue silenciada brutalmente cerca de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. A sus 30 años, este crítico implacable del gobierno, miembro del Partido Comunista y formado intelectual y militarmente para la lucha de clases, había alcanzado alta notoriedad que le propició admiración, cercanía con sectores de poder y animadversión, todas estas dentro y fuera del poder (incluso de la propia izquierda).
El hito sombrío de su muerte tiene varios responsables: los de su cuerpo, por el que fueron condenados judicialmente cuatro hombres y otros que pagan culpas en el patíbulo moral politiquero.
Orlando se erigió como símbolo de la libertad de expresión, de un periodismo como herramienta de cambio y verdad, a ese no pudieron matarlo nunca.
Sin embargo, Orlando es mil veces muerto cada día. Su legado es traicionado por aquellos que, al amparo de la libertad de medios, amplifican intereses y callan males, se doblegan ante el poder en cualquiera de sus manifestaciones.
Los verdaderos asesinos de Orlando no son solo los que dispararon aquella noche en la calle José Contreras, sino también los que hoy matan su memoria ignorando su ejemplo.
El periodismo deshonesto, desapegado de los principios que Orlando defendió, lo entierra nuevamente, convirtiendo su sacrificio en un recordatorio doloroso.
A 50 años de su muerte lo que debe doler de Orlando no es la página en blanco, sino el que se han escrito otras gloriosas son su ejemplo, aquellas que emulen en calidad y compromiso las páginas de El Nacional o la Revista Ahora! , en especial las de Microscopio.