Los santiagueros somos así: nostálgicos, celosos de lo nuestro, aferrados a la tierra que nos vio nacer y morir. Poco importa la familiaridad para reclamar un muerto como propio, porque en Santiago a los héroes nos une más que la sangre, el corazón. Así hemos sido, así seremos, y siendo como somos, aunque resulten vanas las palabras, hay que decirlas.
Me ha sido imposible callar el desasosiego que me produce el anuncio del traslado de los restos mortales de nuestra insigne educadora, Ercilia Pepín, al Panteón de la Patria, según lo dispuesto por el decreto 282-25. No dudo de la buena intención del Ministerio de la Mujer ni del reconocimiento que merece esta maestra de maestras, pero arrancar a Ercilia de su Santiago es como despojar a la ciudad de un pedazo de su alma.
Ercilia Pepín no es solo un nombre en la historia dominicana; es un símbolo de la lucha, la educación y el patriotismo que respira en cada calle de esta ciudad. Nació aquí, en el corazón de Santiago, el 7 de diciembre de 1886, y dedicó su vida a forjar generaciones con valores cívicos y amor por la patria desde el interior de la isla, resistiendo y venciendo siempre en la ciudad corazón. Fue ella quien, con su voz firme, defendió los derechos de la mujer cuando era impensable como tema de debate público, con la feminidad con la que marcaba sus trabajos periodísticos con dedicatorias frecuentes a “mis discípulas”, cuando en el escenario histórico izó la bandera tricolor en la Fortaleza de San Luis en 1924, confeccionada por sus estudiantes, mientras las damas de Santiago se arrodillaban en reverencia.
Ercilia, la maestra santiaguera, jamás pensó en vida en irse de Santiago y mucho menos imaginó que muerta la iban a desterrar de la tierra a la que amó. Lo sabemos porque fue ella misma quien, aun en la enfermedad, diseñó su última morada en el cementerio de la 30 de Marzo, uno de los atractivos de este camposanto municipal, declarado recientemente museo a cielo abierto y patrimonio cultural por la resolución 3375-24 del Concejo de Regidores del Ayuntamiento de Santiago, un esfuerzo promovido por el historiador Edwin Espinal y el arquitecto Harold Paz, con el respaldo de ICOMOS y la Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales.
Ese cementerio, donde Ercilia quiso descansar, fue testigo de lo que la historia recoge como el sepelio más multitudinario y el homenaje de duelo colectivo más grande en la historia del municipio. Pero con la disposición de los traslados de sus restos mortales: ¿mostraremos la tumba vacía como muestra de que traicionamos la memoria de la maestra? Su panteón, diseñado por ella misma, insisto, es un testimonio vivo de nuestra identidad pero sobre todo del amor a la ciudad. ¿Por qué, entonces, despojar a Santiago de una figura que ella misma decidió anclar a su suelo?
El decreto que ordena su traslado al Panteón de la Patria, aunque bienintencionado, ignora el vínculo entrañable de Ercilia con esta ciudad. Ella no solo vivió aquí; Santiago fue su lucha, su aula, su bandera. Cuando, aquejada por una enfermedad terminal, planeó su funeral con la precisión de una maestra, eligió el cementerio de la 30 de Marzo como su última morada. No fue una decisión casual. Cada detalle de su tumba, supervisado por ella misma junto al arquitecto Rafael Aguayo, fue un acto de amor por esta tierra. El pueblo santiaguero, que la acompañó en masa el día de su entierro en 1939, entendió ese mensaje.
El Panteón de la Patria es un lugar sagrado, pero no más que el suelo que Ercilia escogió. Si el decreto 1211-00 declaró la casa-museo de las hermanas Mirabal como extensión del Panteón Nacional, ¿por qué no hacer lo mismo con el panteón que Ercilia diseñó? Mantenerla en Santiago no resta honor; al contrario, lo multiplica, porque honra su voluntad y preserva la memoria de una mujer que vivió y murió por esta ciudad.
Santiago no es solo un lugar; es un sentimiento. Ercilia Pepín lo sabía, y por eso quiso quedarse. Respetemos su deseo. Que sus restos permanezcan donde su corazón siempre estuvo: en el cementerio de la 30 de Marzo, bajo el cielo de Santiago, donde su legado sigue siendo nuestro orgullo y nuestra bandera.