Como plaza electoral Santiago tiene el mérito de ser compleja. A nadie puede atribuírsele y pocos pueden determinar, con certeza, cuáles fueron los factores que animaron el favor del voto en determinadas circunstancias.
Dicen que es elitista, pero desde 1996, con el crack de las élites que significó la llegada del PLD al poder, lo cierto es que han emergido nuevos y diversos liderazgos que ponen en duda la vigencia del conservadurismo del más antiguo Santiago de América.
¿Por quién vota la ciudad?
Por un abstracto que se resume en dos frases: “cae bien en los sectores tradicionales” o “es el perfil que le gusta a los santiagueros”.
Reconociendo como verdad de Perogrullo estos axiomas de la ciudad corazón, vemos como torpe la estrategia de crear tendencia con encuestas. Repetir números no ha convencido en la ciudad, para muestra sobran los botones (revísese la experiencia de 2016 en las municipales y la recién pasada presidencial de 2020).
Fallan el ardid.
Pero cuando faltan días para las elecciones y el proceso va definiendo una distancia que puede resultar o muy estrecha o muy amplia, el recurso más recurrido en lanzar una campaña sucia.
Los contenidos distorsionados: fotos para sustentar notas prejuiciadas con medias verdades, audios y videos sacados de contextos, simulación de documentos (desde certificaciones oficiosas hasta documentos privados)… el arsenal es tan amplio como la maldad o la capacidad y presupuesto puedan alcanzar.
¿Da resultado?
En ocasiones sí.
¿Cuál es la experiencia en Santiago?
Las campañas sucias se han revertido. “Santiago es un pañuelo”, decían los viejos españoles que se asentaron aquí, significando con esto que todos nos conocemos y terminamos por enterarnos quién produce qué.
Al final genera apatía y por lo regular premia a la víctima.
Un sencillo aporte a los «genios importados», encargados de vendernos productos electorales que ya conocemos.