La televisión de Santiago de los Caballeros, otrora un vibrante polo de producción con incidencia nacional, enfrenta hoy un fenómeno que amenaza su propia razón de ser: la «capitañelización». La creciente y alarmante incorporación de programas y contenidos generados en los canales de la capital a la parrilla de programación local. Más que una simple tendencia, constituye una estrategia de supervivencia económica que conlleva un profundo y costoso sacrificio cultural y comunicacional.
La principal motivación de los dueños de plantas es innegable: la liberación de costos de producción. Ante la insolvencia crónica de los productores locales, ya sea por el tradicionalmente escaso respaldo publicitario a las propuestas de la ciudad, resulta atractivo llenar horas de emisión con material ya producido. El alquiler o la cesión de estas franjas horarias aseguran que la planta esté al aire sin incurrir en la inversión, los riesgos y la logística que implica la creación de contenido o bien la empleomanía necesaria para poner al aire programas.
Sin embargo, esta solución rápida revela una debilidad estructural: se intercambia la autonomía de la planta por una comodidad operativa. El incentivo económico se convierte en el sepulturero de la diversidad y la identidad local.
En comunicación, la cercanía es la ventaja competitiva esencial de todo medio local. Es el factor que fideliza a la audiencia. La «capitañelización» rompe de manera tajante con este principio al inundar el espacio con contenidos que son, por naturaleza, ajenos al interés y la cotidianidad de los santiagueros.
Se transmiten debates, noticias y opiniones meramente localistas de la capital, generando un peligroso divorcio con el público del Cibao. Esta falta de pertinencia y el quiebre del sentido de pertenencia no hacen más que acelerar la migración de la audiencia hacia las plataformas digitales, como YouTube, donde encuentran contenido global o, irónicamente, buscan la cercanía que su televisión local ha dejado de ofrecer.
Resulta aún más preocupante el rol secundario que asumen los medios de Santiago. Para las producciones capitalinas, la televisión regional funciona a menudo como un mero accesorio de proyección secundaria. Estos espacios no buscan captar la audiencia ni el mercado santiaguero de manera genuina, sino utilizar la debilidad de la franja horaria en la que están para asumir la presencia regional —el «campo», como frecuentemente lo catalogan— como un valor agregado.
Esta instrumentalización da pie a situaciones francamente insólitas.
Es frecuente el choque de intereses comerciales, donde espacios arrendados promueven productos, marcas o equipos deportivos (como transmisiones de béisbol) que son competencia directa o van en contra de las exclusividades comerciales que ostenta el canal local.
En el colmo de lo absurdo, la planta de Santiago llega a transmitir una incitación directa a que su audiencia sintonice otro canal (el canal principal de la producción, el de la capital) para seguir contenidos que dicen relevantes.
Esto no solo erosiona la credibilidad comercial del medio, sino que demuestra la falta de control editorial y comercial sobre su propia parrilla de programación.
La «capitañelización» no es un fenómeno neutral; arrastra consigo consecuencias negativas para la autonomía de los canales, encarece la competencia para el productor local que aún resiste, y opera en franco detrimento de la esencia de la comunicación regional.
Si esta tendencia persiste, el resultado será el hundimiento de las televisoras locales en la ignominia por irrelevancia.
Ojalá este fenómeno sea temporal, una mera estrategia de contingencia, y que, al igual que el huracán Melissa, no termine por arrasar con todo lo que hace valiosa y necesaria a la televisión de Santiago.
La única forma de evitarlo es revalorizando y priorizando el contenido que mira, habla y se conecta directamente con el santiaguero.







